Llovía torrencialmente en la estancia El Charabon, como adorando el fogón estaba tuita la gente, cuando en de repente una voz se escucho:
Me dijo que es grasa que te corre por las venas, es silencioso, rebelde y traicionero. Es lo que me
cuenta mi primo Eduardo que vive en la gran ciudad, dijo el Rosendo entre el crepitar de los leños al rojo vivo del fuego.
Cardozo, que también tiene un primo en la ciudad, escuchó algo de una enfermedad que joroba la
gente, que hace temblar el pecho, que se te hunden las costillas, que le dijo el primo, que te juro por la virgencita que asusta de lo lindo.
El rengo Ortiz escuchaba como de lejos y cada tanto acercaba una brasita a la pipa con la mirada
perdida en el fuego y el pensamiento en las palabras que casi por accidente le llegaban.
Don Antonio, con casi noventa años, esta primavera quedó en recibirlos con un suculento asado a la estaca hecho con aromito, como le enseñara su padre hace como ochenta años en esa pampa que asombra por la inmensidad de la planicie.
Que que rara esa gente que vive amontonada, decía Don Oviedo, que a los noventa y cinco tiene
tantos tintos acumulados en su haber que no alcanzarían los toneles de la Giol para guardarlos a
todos, dicen sus compañeros de taba de la pulpería de Don Estanislao.
Debe ser la dureza de las calles lo que les hace doler el pecho y la velocidad de los autos lo que les
ponen esa cara de asustados, que cuando vienen por estos lados están como dos días resoplando,
como queriendo sacarse algún entripado de adentro. Que la escuché a la Claudia que le decía al
Eduardo que en el campo se respira lindo, que es otra cosa, que debe ser que por eso resopla
pensaba yo – decía el Rosendo.
Que yo le digo al Eduardo que no es vida, que eso de madrugar y trasnochar no es nada güeno, que lo va a matar, que aunque me diga que lo del madrugon es porque sino no llega a tiempo al trabajo y que el trasnoche es para por lo menos hablar algo con la Claudia que también llega tarde a las casa porque el tren se atrasa.
Que cuantos años tiene el Eduardo preguntaba Don Antonio, que anda en los cincuenta y pico decía el Rosendo, pero que con esa vida no llega a los sesenta yo le digo, pero que sino no alcanza la plata me dice.
Tiene que haber visto lo que era de chico, cuando venia al campo a visitarnos con sus padres cuando el tiempo de la yerra, que el patrón pedía ayuda y mi tío como era de a caballo se venia junto a la familia. Con el Eduardo veíamos con asombro como Don Geronimo empuñaba el cuchillo castrador y sin que le tiemble el pulso arrancaba las criadillas y se las tiraba a la Ursula que las cocinaba ahisito nomas, al lado de los corrales donde las comíamos y no pensábamos en nada mas. Y ahora no me come el asado porque dice que esta gordo y yo le digo que esta flaco y el me dice que lo gordo es la costilla y que no se que medico se lo prohibió y yo que lo miro y me da una tristeza que no se imaginan. Lo que era de chico.
Que lo pario, larga Don Antonio, que con mis casi noventa que festejo en la primavera le como el
asado como venga, le limpio las costillas hasta dejarlas brillosas porque así se comía en mi casa,
que no quede nada para los perros que ellos se las arreglan solos decía mi madre, que lo comamos todo que era lo que había y que si el señor nos lo había entregado tenia que ser bueno.
Es así Rosendo, lo que pasa es que vos no me entendés porque esto es otra cosa – me dice el
Eduardo. Acá se vive a otro ritmo, no corres ni te corren las obligaciones. No me mires ni te
ofendas, ya sé que también tenes que trabajar y cumplir con el patrón, que sino te hechan sin mas explicaciones, pero es distinto. Que por que es distinto le pregunto. Que en la ciudad es dura la competencia, te quieren comer vivo hasta los que están al lado tuyo y así el corazón no resiste.
Que por que no haces otra cosa o te vas a otro lado, le digo. Que no puedo, que no es tan fácil. Que megustaría, pero la verdad no se como.
Pa' mi lo que lo mata es el encierro de todos los días. Estar en esa oficina que parece la del patrón,
pero el patrón abre la puerta, sale y se apoya a pitar el cigarrillo en la tranquera mientras mira las vacas que están pariendo. Este pobre diablo no mira nada, solo paredes y que como hay nada para mirar se queda todo el tiempo sentado con el café y los bizcochos de grasa me dice.
Don Oviedo, que ahora esta apoyado en las paredes de ladrillo gastado del galpón, vuelve a decir
que esa gente es rara. Acá tampoco se gana tanto, al hijo lo tiene el patrón con un poco mas del
mínimo pero come bien y a los nietos no les falta nada. Ni siquiera salud. Sale a las cinco al alba a
recorrer la hacienda pa' quel patrón se quede contento, pero a la tarde se come con la luz del día pa' dormir temprano y descansar bien. Esa gente es rara.
Si si, dijo el rengo Ortiz que había sido cabeceado por un ternero a los veinticinco cuando se cayo
del caballo mientras trabajaba en los corrales, tienen un trabajo duro y difícil esa gente.
Seguía lloviendo torrencialmente en la estancia el Charabon, donde estaba tuita la gente
1 comentario:
"De vez en cuando, hay que caminar en patas por el pasto", digo un consultor piamontés amigo, de la Perla del Oeste
Nos pasamos la vida aprendiendo, cuando en realidad tenemos que aprender a vivir.
Miércoles 31 de marzo, 11.05 hs., comentando esto me siento más cerca de los habitantes de El Charabon que del primo Eduardo.
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